PONENCIA
Pedagogìa Crìtica
Pedagogìa Crìtica
JORNADAS POLITICO CULTURALES U DE A
Jueves
26/7/2012.
Rosa Mari Sunyé
Directiva de APROCATEDRA
0. Presentación
Una de las reivindicaciones
principales de la Asociación de Profesores de Cátedra, Aprocátedra, es plantear
la reflexión sobre la dignidad y la importancia de la labor docente y
pedagógica, así como la necesidad de un análisis constructivo acerca del papel
cultural, político y de responsabilidad social de la Universidad. En este
sentido, desde la asociación, hemos considerado que, en este momento de crisis
de la universidad pública, en este momento en que hay una campaña de
desprestigio, casi a escala planetaria, contra el modelo público y universal de
la educación superior (reflejo del menosprecio de los poderes establecidos
hacia las demandas de la sociedad) es de suma importancia presentar ideas que puedan servir para
fomentar la reflexión desde ámbitos discursivos que suelen ser marginados en el
discurso oficial porque se les confiere el status de idealistas o se les niega
el buen sentido para la interpretación de la realidad. Me refiero a una
tradición de pensamiento y de práctica educativa que, de manera amplia, podemos
denominar como “pedagogía crítica”.
Muchas veces se habla de crítica,
pero pocas veces nos paramos a reflexionar en qué consiste adquirir un criterio.
Como ya lo observó Kant, un individuo crítico es aquél que, por su actividad
reflexiva, elabora un criterio que significa, irremediablemente, una ruptura
con juicios de valor establecidos. Sin embargo, sabemos que esto no es una
tarea fácil: la formación de un criterio propio, la adquisición de una
consciencia crítica, es un movimiento del pensar en el cual se ponen en
cuestionamiento las raíces de muchas de las convicciones que colonializan ese
socorrido espacio de nuestras opiniones que llamamos “sentido común” y es un
momento en que se nos hace patente que, tal vez, vivimos por completo en la
heteronomía, es decir, que pensamos y decimos palabras que no son las nuestras.
Por este motivo Paulo Freire, una de las figuras intelectuales más emblemáticas
y conocidas de la corriente crítica en educación, puntualiza que “Alfabetizarse
no es aprender a repetir palabras, sino a decir su palabra” y, en este
sentido, deberíamos preguntarnos si, aunque ya estamos en la universidad y
algunos somos ya profesores, estamos o no alfabetizados, si ya hemos aprendido
a decir nuestras palabras. La tradición teórica y práctica de la pedagogía nos
invita a que cada uno de nosotros elabore su genuino modo de decir, su modo de
nombrar los fenómenos, es decir, que cada uno construya su propio criterio y
que devenga en un sujeto creativo y comprometido en su comunidad, que devenga,
al final, en un sujeto político crítico.
El propósito de esta charla
va a ser, por lo tanto, compartir con todos vosotros algunas de las ideas principales
de la pedagogía crítica desde una perspectiva filosófica que, en mi caso, es mi
área de razonamiento intelectual.
1.
Sobre el
porqué de esta charla.
Antes de empezar a exponer
las principales líneas argumentales que van a transitar en este pequeño
recorrido conjunto por la pedagogía crítica, me gustaría iniciar explicando las
razones por las cuales se justifica, en mi opinión, un debate colectivo en
torno a las cuestiones que plantea este movimiento pedagógico y la importancia
de que, en la situación actual, se reivindique la universidad como un espacio de
debate político y de generación de pensamiento crítico. En definitiva, porque
considero que es fundamental que alcemos la vista más allá de nuestros libros, de
nuestros ordenadores o de nuestros microscopios con el propósito de que nuestra
actividad intelectual trascienda la realidad social, económica y política en la
que vivimos y sirva no solo para la transformación del individuo, sino también
para la de la sociedad.
Todos habréis visto la
película Matrix. Cuando el joven informático Thomas Anderson, más
conocido como Neo, se toma la pastilla roja y abandona Matrix, Morfeo le dice “Bienvenido
al desierto de lo real” y, entonces, el paisaje que observa Neo es desolador. Del
mismo modo, el paisaje de nuestro desierto de lo real es también doloroso e
infecundo, a pesar de los cantos de sirena que nos seducen mediante cifras
sobre el crecimiento, sobre el desarrollo o sobre como somos los más educados.
Nuestro desierto está atravesado por las desigualdades, por la pobreza, por la
marginación, por las exclusiones, por la corrupción y por las prácticas
políticas elitistas y jerárquicas que se enmascaran bajo el disfraz nominal de
“democráticas” pero que desprecian la democracia que exige, que exigimos, la
multitud. Nuestro desierto universitario, asimismo, da cuenta de un momento de esterilidad
de valores colectivos, sobre todo, de aquellos valores que nos cuestionan por nuestra
responsabilidad social. Vivimos en un momento en que el discurso sobre la
universidad (y lo que es más deplorable, la mayor parte del discurso que se
construye desde la universidad) se encuentra saturado por conceptos, por argumentos
y por debates ajenos… conceptos, argumentos y debates que tienen más que ver
con la lógica empresarial que con la de la cultura, con la de la ciencia, con
la del arte, con la del conocimiento, con la del aprendizaje o con la del compromiso
social de la actividad universitaria. Podemos decir que, en cierto modo,
habitamos una tierra baldía de ideas en la cual se repite, a modo de mantra,
que las instituciones colectivas han perdido su sentido.
Y es preciso no olvidar que la
narrativa de este tiempo y de este momento, que el paisaje de este desierto de
lo real, no describe solamente a este país ni a esta universidad, sino que es
la misma que relata lo que sucede en otros muchos países de este mundo
globalizado, biopolítico y posmoderno, tanto de los países del centro como de los
de la periferia del capitalismo. Lo que sucede en un mundo embriagado por discursos
que nos pretenden convencer, por ejemplo, de que la historia ha llegado a su
fin o de que las dinámicas de globalización o las leyes del mercado son
fenómenos fatales, ingobernables, sobre los que no hay nada qué decir, pues son
de una lógica de aplicación tan universal como lo es la ley de la gravedad para
que nuestros pies se aferren al suelo. (Una borrachera de estupideces, una
manifestación de la nadería argumental y de la cortedad verbal más absoluta,
tal y como yo lo veo).
Sin embargo, y esto no es
menos importante recordarlo, también vivimos en un momento en que también
emergen movilizaciones colectivas que cuestionan el modelo económico, político
o educativo hegemónico. Así, en la movilización de los indignados de Madrid, se
decía hace poco “fíate de un banco y dormirás en él”, por eso, enfrente de una entidad
bancaria gritaban “si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir”. Este grito es
un movimiento instituyente, genuinamente político, como lo es también, en el
ámbito educativo, la movilización que han emprendido los estudiantes chilenos
en contra de las reformas neoliberales para el sector educativo auspiciadas por
los organismos multilaterales como el Banco Mundial y el FMI. Finalmente, para citar
otro ejemplo de nuestro ámbito, también es un movimiento instituyente el que, al
otro lado del Atlántico, el pasado 9 de Junio, las universidades y de los
centros de investigación científica españoles subscribieron en un manifiesto
titulado “Críticos y Ciudadanos” donde se denuncia como, desde hace
mucho tiempo, se intenta relegar al pensamiento crítico y a la función social
del intelectual al ostracismo, a la inhibición y a la autocensura. Esto se
firmó en España, pero observamos que el paisaje de su desierto de lo real se
asemeja bastante a la aridez del nuestro.
Sin embargo, ante cualquier
tentación derrotista, advertimos, al mismo tiempo, que el pensamiento crítico emerge
como un remedio de primera necesidad para que, como le escribe Eduardo Galeano
en una carta al señor Futuro, el futuro no “se deje desalojar”, porque estamos
construyéndolo. Y me gustaría compartir con vosotros, sobre este tema, unas
bellas palabras que escribió Ernst Bloch el gran filósofo de la utopia
concreta, en su maravilloso libro El principio esperanza, en que se nos
recuerda la urgencia de traspasar lo existente y de entender que hay mucho que
hacer, pues “el futuro no es una mera prolongación del presente”.
2. Entramos ya:
Bueno, después de esta breve reflexión
sobre desiertos y sobre utopías, volvamos al tema que se ha anunciado al
principio y centrémonos en la cuestión de la pedagogía crítica. Para empezar,
cabe remarcar que el discurso educativo es un campo discursivo muy dilatado,
generador de controversias y muy contaminado por otros ámbitos discursivos. No
olvidemos que la paidea, desde los griegos, es considerada como la
preparación del individuo para la entrada en la polis, es decir, el camino que
nos permite ser ciudadanos y formar parte de lo público, lo que nos permite
tener voz pública.
Desde mi punto de vista, en
la actualidad, y para abreviar, la fuente primaria de corrosión de la
comprensión del fenómeno pedagógico, de la educación en general y de la
universidad en particular, se ubica, básicamente, en la existencia de unos
discursos que emergen como portadores de una verdad irrefutable, que se
pretenden instalar en el nivel de aquello que podemos tratar, de lo que puede
ser debatido, incluso pensado, unos discursos de verdad que son los que
conforman el discurso público oficial sobre estos temas.
En el caso de la “política
oficial de la verdad” sobre la educación, para emplear una expresión bien
foucaltiana, podemos señalar, como
ejemplos discursivos hegemónicos en la actualidad, aquel que establece que la
educación es un espacio ajeno a lo político, aquel que traslada toda
consideración del conflicto educativo al sentido de la anécdota, alejado de los
conflictos y de los problemas sociales que se reproducen en el resto de la
sociedad. Estos discursos son los que nos han llevado a
olvidar el sentido medieval de Universitas, es decir, el
significado de la Universidad como una comunidad que comparte unos intereses,
es decir, algo que debe ser entendido por su carácter colectivo.
Por el contrario, la
pedagogía crítica, en sus tres dimensiones de corpus de pensamiento, de
actitud ante el conocimiento y el aprendizaje y, muy especialmente, como una concreta
praxis educativa, parte de la afirmación que la idea del saber no puede
desligarse de la idea del poder y que, por lo tanto, toda política educativa
es, al fin y al cabo, una estrategia de política cultural e ideológica. La
educación, por lo tanto, es también una cuestión política. En resumen, lo que
intenta la pedagogía crítica es dar una respuesta a aquellos puntos de vista sobre la educación
que la conciben como un campo de actuación meramente técnico, alejado de lo
político, de lo ideológico, del poder y de los diferentes conflictos y
problemas sociales que existen en la sociedad
¿Qué es, pues, la pedagogía
crítica, sobre todo, cuando se aplica al ámbito de la universidad? La pedagogía
crítica es, ante todo, una toma de consciencia sobre el
significado político, social, cultural e ideológico que adquiere la universidad
como colectividad política y cultural que aspira a tener una voz en el cambio
social y apunta a la transformación de la colectividad en un sentido creativo,
progresista, radicalmente democrático y socialmente más justo. En este sentido,
cabe remarcar que esta toma de consciencia sobre la educación propone una
reconfiguración de las jerarquías tradicionales en torno al saber y que, por este
motivo, no existe un proyecto de pedagogía crítica resultado de la planeación
de un equipo de intelectuales de élite, sino que este paradigma se construye en
la práctica diaria y es, como dice McClaren (en Pedagogía crítica y cultura depredadora,
Paidós, BBAA, 1997, 75 ) “la construcción de una filosofía pública radical
que los profesores y las alianzas populares puedan adoptar críticamente,
apropiarse dialécticamente y mediar concretamente en comunidades y aulas.”
Si tenemos en cuenta todo
esto, no es de extrañar, por consiguiente, que la pedagogía crítica,
históricamente, haya emergido como un discurso contra-hegemónico, es decir,
como un tipo de construcción discursiva sobre el hecho educativo que, en muchas
ocasiones, representa un juicio de ruptura con el discurso público oficial
sobre esta materia y que, por lo tanto, puede colisionar, y en efecto colisiona
con las verdades a las cuales nos tiene acostumbrados dicho discurso oficial.
Verdades como las de la “rentabilidad” cuando se habla de las reformas
educativas.
Detengámonos
un instante, por ejemplo, en ese ubicuo concepto de la “rentabilidad” y
pensemos ¿en qué momento la universidad pública se ha medido por ser o no ser
rentable? Ahora, para justificar ciertas reformas, dicen que no lo es y que,
por este motivo, se necesita, urgentemente, que la inversión privada venga a
socorrernos… Pero, yo digo que nunca la universidad lo ha sido y que mejor que
no lo sea nunca, pues ¿cómo decidir si es rentable o no que estudiemos a los
estoicos, que conozcamos la historia de la alquimia o de la física antes de la
relatividad? ¿Qué criterio cuantitativo puede emplearse para medir la
rentabilidad de conocer o no un verso de Rimbaud, de analizar una novela de
Kafka, de observar una fotografía de Robert Capa o una pintura de Chagall?
¿Puede ser rentable estudiar la historia? ¿Es rentable una jornada como la de
hoy? Los ejemplos son muchos, os invito a que vosotros busquéis más.
3. Antecedentes intelectuales de la pedagogía
crítica
Por lo que se refiere a los
orígenes históricos de la pedagogía crítica, tal y como se conoce en la
actualidad, es complicado presentar un resumen a la carrera, pues debemos tener
en cuenta que, como movimiento creativo que es, tiene múltiples fugas.
Asimismo, no podemos olvidar que el espíritu crítico siempre ha estado presente
en el ámbito educativo y que, en todos los periodos y lugares, han aparecido
tradiciones pedagógicas contestatarias al discurso oficial sobre la educación…
recordemos, por ejemplo, la escuela cínica de la Grecia Antigua (y como el
discurso educativo convencional ha parodiado y banalizado su pensamiento, como
bien señala el filósofo alemán Peter Sloterdijk) o, veinticuatro siglos más
tarde, recordemos, también, el movimiento de la Nueva Escuela en la España de
la II República, inspirada en los textos de la pedagoga italiana Maria Montessori.
Finalmente, en la actualidad, cabe también subrayar la renovadora propuesta
que, desde hace unos quince años, el Movimiento Sin Tierra de Brasil ha
adoptado en sus prácticas escolares, muy inspirada por las ideas de Paulo
Freire.
En cuanto a la articulación
de la pedagogía crítica con las movilizaciones del ámbito de la universidad, no
podemos dejar de nombrar el movimiento intelectual, político y cultural que, en
la década de los sesenta del siglo pasado, en Europa y en América, impulsó una
nueva reflexión en torno a la relación entre la universidad y la sociedad,
entre el intelectual y el profesor y, sobre todo, concibió el espacio de la
universidad como crisol de crítica política, social y cultural. Me refiero, por
supuesto, al movimiento conocido como el “Mayo del 68”, el de las
manifestaciones estudiantiles que se dieron en Europa y EUA en contra de la
guerra del Vietnam o, en América Latina, las nuevas prácticas pedagógicas
surgidas al compás del auge de los postulados de la pedagogía de la liberación.
De golpe, en ese momento, la
universidad deja de ser entendida solamente como el espacio donde se da el entrenamiento
para los profesionales, donde se reproducen las jerarquías establecidas en la
sociedad y se convierte en un foco de crítica y de resistencia contracultural
que enlaza sus demandas con las demandas de la sociedad y que entiende el
conflicto educativo como parte del conflicto político y social más amplio. En
todos los casos, las motivaciones para la movilización política de la comunidad
académica estaban encaminadas hacia un objetivo: dar voz a los oprimidos, pero el primer paso, por lo tanto, consiste
en reconocer a la universidad como un espacio decisivo para la formación de
una política cultural contra-hegemónica y para la búsqueda de un lenguaje
utópico, pero posibilista, que proponga un orden educativo, social y político
contrafáctico
Sobre los alcances de estas
movilizaciones ya se ha hablado mucho y, sobre todo, ya se ha hablado muy mal,
siempre con la firme voluntad de desprestigiar las renovadoras ideas políticas
que presentaron, siempre con la excusa de que su fracaso como movimiento político
efectivo es una demostración del fracaso o de la decadencia de las ideas que
los inspiraron. En la actualidad, el debate más importante se da con
respecto al alcance de la teoría crítica y con respecto a su capacidad
interpretativa para la situación del mundo contemporáneo. [Y sabemos que,
desde el punto de vista filosófico, ha habido una fuerte reformulación sobre el
concepto de sujeto, sobre el de la dialéctica, sobre el de la verdad e,
incluso, sobre el de las posibilidades reales de transformación social o de la
crítica misma.]
Sin embargo, la tradición de
la pedagogía crítica, de autores contemporáneos como Mclaren o Giroux, por
ejemplo, podemos decir que, en cierto modo, ha seguido reivindicando la validez
de esta propuesta. Y, en este sentido, es importante reconocer que la pedagogía crítica no es solo una
teoría, sino que pretende ser, ante todo, una praxis que arranca en el nivel
del aula, en el proceso de enseñanza-aprendizaje y que, en su devenir teórico, la
mirada crítica al fenómeno pedagógico deriva, de manera natural, hacia otros
ámbitos de discusión, como son, por ejemplo, en el caso de la Universidad, la
pregunta sobre el significado del saber que se produce (por quiénes, por
qué y para qué), sobre el papel del docente y del estudiante como
agentes y pacientes respecto a este saber, sobre la función del intelectual
en la sociedad y sobre la cuestión de si la universidad es un espacio de
generación de pensamiento crítico o tan solo un espacio donde se reproducen
las mismas jerarquías que existen en la sociedad. Todo ello, comporta,
finalmente, que, desde la pedagogía crítica, no se acepten como naturales las
jerarquías que han venido siendo tradicionales, como es, por ejemplo, que no se
reconozca el valor del trabajo, completamente necesario, del personal de
limpieza o de los otros trabajadores no docentes de la universidad o que el
criterio para definir la participación política de un profesor dependa de su
tipo de contrato laboral con la institución universitaria.
*
Si tenemos que resumir, en
breves puntos, sobre lo qué se interesa la pedagogía crítica, podríamos
enumerar los siguientes cinco:
1.
La
convicción de que es necesaria la formación de una autoconsciencia crítica
por parte de toda la comunidad educativa para que se formen unos significados
que respondan a las experiencias personales y a los problemas concretos de la
sociedad. Es decir, que la reflexión sobre la educación y los problemas
sociales y políticos que se plantean se consideren en su dimensión histórica y
atendiendo, asimismo, a los otros conflictos colectivos que se desarrollan en la
sociedad.
2.
Encaminar
la estrategia pedagógica hacia la transformación política y social en
beneficio de los más débiles, de los oprimidos, de los excluidos y marginados a
partir de un compromiso con la justicia social y la equidad. Para ello, por
supuesto, es necesario abrir el debate sobre términos en ocasiones denostados
por la teoría y el discurso político establecidos (como, por ejemplo, el de “opresión”)
y, por supuesto, ofrecer un contenido alternativo para la noción de justicia
que recoja el sentido de justicia social de una forma más acorde a las demandas
de la colectividad (entre otras cosas, que tenga en cuenta la dimensión
económica).
3.
Promover
la enseñanza comunicativa, el aprendizaje dialógico, la contextualización de
la teoría y la humanización de las relaciones en el aula. En el caso de los
conceptos políticos, tiene que ver con no olvidar la historicidad de los
conceptos que nos sirven para la reflexión, que son la base del corpus teórico
que se enseña en las aulas. El paradigma dialógico, por otra parte, se
fundamenta en la reciprocidad y va, por lo tanto, en contra de la práctica
tradicional docente domesticadora en la que el estudiante es un público cautivo
relegado al papel de un oyente-receptor-pasivo. [Cabe notar que la
pedagogía crítica pretende, en último término, la construcción de una voz
colectiva, una voz que sea la manifestación de la consciencia crítica del
profesor y del estudiante, una voz que surge, precisamente, del diálogo en el
aula, de la discusión y del necesario disenso.]
4.
Entender
cómo las condiciones políticas, culturales, sociales, ideológicas, etc.
influyen en el proceso educativo y, a su vez, como desde el ámbito educativo,
sobre todo, desde la academia, se producen significaciones que tienen impacto
en dichas condiciones. Así, por ejemplo, respecto al mundo contemporáneo,
no podemos olvidar que el entorno virtual de Internet, las sociedades
televisivas, la cultura de la imagen, el software libre y los nuevos lenguajes
multimedia han venido acompañados de renovados paradigmas epistemológicos y
pedagógicos condicionados por el surgimiento de estos nuevos modelos
comunicativos, de la alfabetización digital y de la sobre-explosión y
sobre-exposición a los conocimientos en línea. Es preciso recordar, además,
que la sociedad digital es, sobre todo, una sociedad de conocimiento (que no
una sociedad más sabia o más crítica) y, por lo tanto, los universitarios son
agentes activos (emisores y receptores) en dicha sociedad.
5.
Finalmente,
la PC también propone repensar el papel del intelectual universitario como
reproductor de las jerarquías o como generador de opinión emancipadora. En este
sentido, la reflexión de Foucault sobre cómo se legitiman y se organizan los
“regímenes de verdad” sigue siéndonos de gran ayuda, pues nos exige dejar de
pensar en el intelectual como un profesional “al servicio de la verdad” y nos
conmina a entenderlo como implicado en batallas sobre el “estatus de la verdad”
y atendiendo a los diferentes roles que juega en el ámbito educativo, en el social,
en el político, en el cultural y en el económico.
Conclusiones
La PC nos obliga, por lo
tanto, a reconocernos a todos los miembros de este colectivo como agentes
culturales y como sujetos políticos, debemos preguntarnos, en este sentido,
cómo podemos ser verdaderos sujetos políticos instituyentes y críticos. Y
esto demanda, por lo tanto, que pensemos qué entendemos por participación en lo
político.
Para finalizar esta charla
quiero invitaros a reflexionar acerca de un aforismo del nunca suficientemente
recordado pensador Baruch Spinoza, aquel que, como bien dice Toni Negri, es y
será siempre un filósofo de su tiempo, puesto que su tiempo es el futuro, el
futuro político y moral de una comunidad radicalmente democrática. El aforismo
con el que quiero concluir, de una violencia feroz en su brevedad, es el siguiente:
A los esclavos y no a los hombres libres se les premia por su buen
comportamiento. Repito: A los esclavos y no a los hombres libres se les
premia por su buen comportamiento. Y esta sentencia, profundamente irónica
y subversiva, como veis, nos puede dar mucho en qué pensar. En especial, pensar
una frase como esta nos puede ayudar a replantearnos nuestro modo de estar en
el mundo y la manera en que nos pensamos, nos definimos ante los otros, nos
construimos simbólicamente y nos reconocemos como sujetos políticos, si desde
la creación o desde la pasividad, si desde la autonomía o desde la heteronomía.
Las preguntas más urgentes son,
por lo tanto, ¿Podemos llamarnos reales sujetos políticos si solo aspiramos a
debatir en los términos que otros nos imponen? ¿Podemos considerarnos sujetos
políticos si pensamos que la participación política se resume en esperar las
dádivas de aquellos que ocupan el espacio del poder constituído? ¿Podemos ser
sujetos políticos si no alzamos nuestro poder instituyente?
Aspirar a ser premiados es
una actitud pasiva, no es un acto constructivo, no es creador, no es político,
no es ético tampoco, porque aquí la política no deviene un espacio de
confrontación dialéctica, no es la arena donde las diferencias se encuentran,
donde los intereses variados, y a veces antagónicos, que coexisten en toda
comunidad política (como puede ser nuestra comunidad universitaria) se discuten
y se confrontan, no es, finalmente, una política democrática, la de la ética de
lo colectivo, como diría Antonio Gramsci. Si recibimos premios o, peor todavía,
solo aspiramos a ser premiados, debemos reconocer que hay algunos, por encima
de nosotros, que pueden premiarnos y que deciden por qué van a premiarnos, que
nos clasifican y nos estigmatizan o alaban según el valor que tengamos para
ellos, según si nuestro criterio esté de acuerdo con el suyo, con el criterio
de los dadivosos, los que, jerárquicamente, tienen premios para darnos o lo que
es lo mismo, para acallarnos y para negarnos como sujetos políticos.
Desde la pedagogía crítica,
la labor del intelectual no consiste en aspirar a premios o a reconocimientos,
sino en construir un propio criterio. Desde la pedagogía crítica se nos emplaza,
ante todo, cambiar nuestras mentes y huir de la actitud del esclavo si queremos
reconocernos como sujetos políticos críticos que miran, no solo a la
universidad, sino a toda la comunidad, con voluntad creadora, constructiva,
autónoma y políticamente crítica. No se trata, por lo tanto, solo de
reivindicar, sino también de proponer. No se trata, por lo tanto, solo de
esperar, sino de exigir. Un lamento no es una indignación, es el
reconocimiento, tan solo, de nuestra debilidad… como diría Nietzsche, es la
expresión de una moral de esclavos.
Para finalizar: ¿Queremos ser
esclavos y luchar por nuestra esclavitud, por todo aquello que nos mantiene en
la heteronomía, como si estuviéramos luchando por nuestra libertad… o bien
queremos actuar desde nuestra absoluta libertad de decir no, de criticar, desde
nuestro criterio, desde nuestras potencialidades creativas y constructivas y,
así, constituirnos en sujetos políticos activos, participativos y creativos en
nuestra comunidad, dentro y fuera de este campus? Os dejo esta pregunta final
para cuestionarnos. Y asimismo, os recuerdo que una de las principales
aportaciones de la visión crítica sobre la universidad es que destaca la
potencia que esta tiene para el cambio y la transformación social y política. RM
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